FICHA
TÉCNICA DEL PRIMER TEMA
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GRADO
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TEMA
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NOMBRE BREVE
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CONOCIMIENTOS
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CAPACIDADES
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LECTURA BÍBLICA
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DEFINICIONES BÁSICAS
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DOCUMENTOS ECLESIALES
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TESTIMONIO
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SALMO
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5º sec.
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Tema 01
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Biblia
y cuaresma
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FCMC
La
tradición penitencial bíblica y la Cuaresma: Jonás
TdV
El
cristiano reconoce las debilidades humanas y asume una actitud reparadora
frente al hermano que sufre.
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CDC
Relaciona
la tradición penitencial bíblica con la Cuaresma, tiempo de penitencia y conversión.
DF
Propone
en su proyecto de vida la decisión de perdonar y reconciliarse consigo mismo,
con Dios, con los semejantes y con la naturaleza.
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Jonas
3,1-10
Los ninivitas se convirtieron de su mala vida |
1.Penitencia
2.Crecimiento espiritual
3.Santidad de vida
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Catecismo
de la Iglesia
Católica nn. 1430-1433
Benedicto XVI Cuaresma 2009
Jesús ayuno cuarenta días. La tradición bíblica
penitencial.
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San
Francisco y el leproso
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Salmo
32 Perdonaste mi falta y mi pecado
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DOCUMENTOS ECLESIALES
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Catecismo de la Iglesia Católica
(nn. 1430-1433)
LA
PENITENCIA INTERIOR
Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la
conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores
"el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la
conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de
penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión
interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles,
gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
La penitencia interior es una reorientación radical
de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón,
una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las
malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la
resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la
confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada
de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus
(aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf
Concilio de Trento; Catecismo Romano).
El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es
preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión
es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros
corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21).
Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la
grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el
peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse
separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros
pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
«Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y
comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada
para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del
arrepentimiento» (San Clemente Romano).
Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence
al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo
no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que
desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del
hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38).
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Mensaje de Benedicto XVI - Cuaresma 2009
JESÚS AYUNO CUARENTA DÍAS. LA TRADICIÓN BÍBLICA
PENITENCIAL
¡Queridos hermanos y hermanas!: Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que
constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a
proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica
cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para
disponernos a celebrar mejor la
Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios
que, como escucharemos en la
Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el
odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi
acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar
especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda
los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de
emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por
el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un
ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt
4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que
Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús
orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro
enfrentamiento con el tentador.
Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene
para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno
y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición
cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo
lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en
más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura
el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De
cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien
y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”
(Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno
ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a
Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del
ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto
que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece
como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras
antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida,
invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de
nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y
su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al
llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de
su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se
compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa
ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.
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TESTIMONIO
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SAN FRANCISCO Y EL LEPROSO
La vida de penitencia y conversión de San Francisco
de Asís tuvo un momento especial cuando se encontró con el leproso. El mismo
relata: "El Señor me concedió a mí, el hermano Francisco, que así
comenzase a hacer penitencia: cuando estaba envuelto en pecados, me era
amargo ver a los leprosos; pero desde que el Señor me condujo en medio de
ellos y los traté con misericordia, lo que antes me parecía amargo se me
convirtió en dulzura del alma y del cuerpo". La piedad popular cuenta
que besó al leproso que apareció en su camino, y esa noche el Señor en sueños
le agradeció aquel beso, un beso que transformó su corazón.
(Comentario)
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